15 abr 2010

Monólogo del Poeta

Cuando escribo,
o hago como que escribo,
me abandono y me olvido,
dejo de ser yo,
mi pluma me transforma,
y muto, me reduzco y me expando;
me convierto en balas,
me convierto en lágrimas,
en besos, en pájaros, en cantos.

Me convierto en hiel y en sangre
en semen, en agua y en mugre,
en huesos ajenos, en sexo y en hielo.

Cuando escribo,
o hago como que escribo;
me vuelvo el balcón de Julieta,
la espada de Hércules,
la cabeza de la Venus de Milo,
la lanza del Destino,
el telescopio de Galileo,
el bigote de Hitler;
la cámara de Lumiére,
el avión de los Wright.

¿Pero qué soy entonces?
Soy balas en octubre,
religión contra religión,
cruzadas modernas,
biblias ensangrentadas,
picana, tripas y muertos,
niños huérfanos y viudas,
soy el inmovilizador,
la máscara del asesino,
soy la leucemia de mi amigo,
la ignorancia del gurú,
la cucaracha y la rata gorda,
la saliva de los insultos;
la hipocresía del líder.

Pero también me vuelvo en
la lágrima de la despedida,
el espejo en los ojos de mis ojos,
manos tomadas en una tarde de abril,
las nanas de mi madre,
los lentes de mi padre,
el bastón de mi abuelo,
la tumba de mi abuela,
los cuentos de mi tía,
soy razón del primer romance,
y del último, después;
soy el primer coito y el primer beso,
el orgasmo matinal de los amantes;
los anillos de las bodas doradas,
los juegos infantiles y las calles de mi barrio.

Soy lo que no soy y sigo siendo,
sombra en la luz y más sombra en la oscuridad,
luz en la sombra y mancha en el sol,
soy Selene en el día, soy la mantícora domesticada.

Dejo de ser yo, dejo de ser
lo que es ser. Pero sigo siendo.

Soy Poeta.