29 nov 2009

Discusión sobre la verdad de la literatura.

Sentémonos a discutir un rato sobre la literatura.

Tú me podrás decir de cómo es la vida según los libros.
De cómo son las balas de Conan Doyle.
De cómo son los pobres de García Márquez.
De cómo son las transformaciones de Kafka.
De cómo son los héroes de Salgari.
De cómo son los monstruos de Shelley.
De cómo son los mártires de Poniatowska.
De cómo son los fantasmas de Dickens.
De cómo son las groserías de Agustín.
De cómo son los vampiros de Stoker.
De cómo son los amores de Austen.

De cómo es la vida en los libros,
y yo te escucharé, atentamente y sin replicar.

Luego, cuando termines, yo te hablaré.

De cómo son las balas en las calles, de cómo es sentirlas pasando alrededor, de los disparos de los policías por pensarte pandillero.
De cómo son los pobres en los barrios, de cómo es pagar tu comida de hoy a plazos de pasado mañana, de lo que es no tener con qué taparte en la noche.
De cómo son las transformaciones en tus hermanos, de cómo es ver hoy a tu amigo pobre y humilde y mañana verlo un insecto rico y orgulloso.
De cómo son los héroes de los bajos mundos, de cómo le roban una sonrisa a un mendigo, de los que te llevan con tus huesos rotos a un hospital.
De cómo son los monstruos de uniforme, de cómo violan asesinan sin mayor apuro, ni mayor problema, de esos disciplinados e impíos verdugos.
De cómo son los mártires de guerras presentes, de cómo son los muertos que defendieron sus ideales, de cómo luchan y lucharon contra la opresión de la moral, de los gritos de justicia ahora callados.
De cómo los fantasmas de tus amigos y tus enemigos te visitan en la noche, de cómo te cuentan las historias de su vida, de los muertos que te visitan para robarte una lágrima.
De cómo las groserías no son groseras, de cómo no importa qué palabras uses cuando sean para ofender a alguien, del caló y su extenso vocabulario.
De cómo son los vampiros, gordos y de traje, de cómo desangran hombres famélicos usando algo llamado impuestos, de los que vienen a morderte a plena luz del día.
De cómo es amar con pasión y sin prisa, de cómo un beso es gratis y los abrazos están en oferta, de los que aman con certeza y aplomo en calles oscuras.

Pues te diré que la literatura no debe quedarse en una idea escrita, sino que ha de ser revivida para poder apreciarse, de lo contrario son sólo palabras bonitas escritas sobre un trozo de papel blanco. Y sobre todo tú estarás de mi lado, y adoptarás la misma postura que yo, pues ambos sabemos, aunque quizás tú no lo hubieras pensado lo que te propongo antes, lo que es vivir un libro.

26 nov 2009

Sobre la realidad del regalo de las flores

Al lector, si alguna vez das una rosa, aunque esté marchita, que tu intención no lo esté.

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Es irónico que una muestra de amor humana, un regalo común, de un amor fugaz y simple, o eterno y verdadero, sea el cadáver de una planta. Ya sea la rosa que un enamorado regale a su prospecto en una cálida noche de verano; o un alcatraz fino y puro que un anciano lleve a la tumba de su señora acaecida.

Hermosas, sí, también muy nobles son las flores, se mantienen puras y coloridas aún en la agonía que viven después de haber sido cortadas; y es en esta agonía, ellas, ya sea en el camerino de una actriz, o en la mano de una novia en su boda; cuando más grandiosas son; y se mantienen así hasta que la vida se escapa de sus hojas, y cuando, secas y marchitas como las cenizas de realidades antiguas, son desechadas, caen en un remolino de pétalos negros y hojas oxidadas, envueltas en un dulce, irreal y familiar olor a glorioso muerto fresco. Pues son las flores tan sólo bienestar pasajero y desechable.

Las muchachas entre lágrimas mutilan por despecho a éstos cadáveres inocentes, dentro de su frustración de ausencia, decencia o presencia de pasiones jóvenes y fugaces, contando en números pares o nones la calidad, la omisión o la perfección de los sentimientos de sus amores platónicos o aristotélicos hacia ellas. Y son las flores las que, entre lágrimas de tortura, han de pagar en un silencio sepulcral.

Son mártires de amores inciertos; decoraciones felices y moribundas de una vida o una muerte fiel; ya fueren regalos de amor o de despecho. Hemos de honrar a todas y cada una de ellas por su nobleza y su disposición ante la muerte por una pasión ajena.

Desde los jazmines de las niñas en sus cunas hasta los azahares sobre las tumbas de los ancianos. Todas son los únicos hermosos y coloridos muertos que ornamentan el mundo gris que heredamos.