13 sept 2009

Me gusta estar ausente

A Carito, a quien se lo debía.
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Me gusta estar,
sin estar ahí,
que esté mi cuerpo,
que no esté mi mente.

Me gusta estar desconectado,
ajeno al mundo, extraño,
actuar por instinto y costumbre,
no por inteligencia, o por lógica.

Me gusta no estar,
porque me deja reflexionar,
me deja vivir sin vivir,
en piloto automático.

Me gusta ir y venir,
dando tumbos como ebrio,
chocando con las cosas,
chocando con las personas,
no pensar en el camino,
ni en los caminantes,
me gusta no estar cuando camino.

Me gusta comer sin saborear,
abrir, cerrar, masticar, tragar,
sin pensar en ello,
volver a empezar,
sin sabor, sin amor, sin dolor,
sólo sentir cuerpos en la boca,
detectar sabores vacuos y triviales,
enlistarlos y guardarlos en la mente,
sin digerirlos ni razonarlos.
Me gusta sólo tener algo en la boca.
Pero incluso más, me gusta saborear lo insípido.

Me gusta hablar sin pensar,
decir muchas cosas en automático,
resolver discusiones, sin estar ahí,
expresarme de mi boca para afuera,
incluso no hablar me gusta.

Me gusta ver a la gente sin verla,
pasar mis ojos por su cara y su cuerpo,
de lejos, observar características,
no procesarlas, sólo enumerarlas,
ver caras, ver ojos, ver cabellos,
sin decidir si son bellos o no.
Reunir esas caras y esos cuerpos,
en mi mente, pensar en ellos,
sin calificarlos ni juzgarlos.
Me gusta pensar en ojos redondos,
a veces, en vez de en ojos hermosos.
Me encanta observar el firmamento hueco.

Me gusta oler flores, sin olerlas,
detectar olores, no disfrutarlos,
no oler aromas, sólo olores,
no decidir qué son, no apreciarlos,
solo olfatearlos, lentamente.
Me gusta pensar en esos olores,
pensar sin decidir su fragancia.
Sobre todo me gusta oler aquellas cosas sin olor.

Me gusta oír sonidos sin oírlos
oír, no escuchar, detectar vibraciones,
pensar en sonidos como ecos antiguos,
como bullicios y como murmullos olvidados,
No distinguir ruidos, ni música;
no separarlos el uno del otro.
Me gusta notar sonidos, buenos y malos.
Más que nada me gusta oír el silencio.

Me gusta tocar superficies,
palparlas, sentirlas, tentarlas,
sentir rugoso y liso sin diferencias,
pasar mi mano por todos lugares,
sobre espinas y sobre suavidades,
no diferenciar cosquillas de dolores,
ni picazón de caricias.
Me gusta sentir el frío y el calor.
Pero más que nada me gusta tocar el vacío.

Y, aunque me encanta estar ausente,
hay algo que me gusta más, mucho más.

Me gusta estar presente, a veces,
procesar la información que recibo,
expresar lo que pienso al no estar.

Me gusta entonces razonar las sensaciones,
decido cuán sabrosa es una comida,
determino la belleza o fealdad de las caras,
decreto diferencias entre perfumes y pestes,
dilucido la música, la separo del ruido,
sentencio qué es una caricia y qué un dolor.

Me gusta entonces, hablar lo que reflexiono,
describo el sabor de lo insípido,
detallo cómo es el hueco firmamento,
cuento de los extraños olores inodoros,
especifico la música y el ruido del frío silencio,
digo de qué está hecho el vacío y sus formas.

Entonces estoy presente,
estoy, soy, hago, camino y pienso,
como quiero, como razono mejor.

E incluso me gusta más que estar ausente.

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